Elasmobranquios en Europa
Los elasmobranquios, el grupo de peces que incluye a tiburones y batoideos (rayas y otros tiburones aplanados), se encuentran en todas las aguas europeas, desde las aguas frías y profundas de Groenlandia hasta las cálidas aguas subtropicales de las Islas Canarias.
Los elasmobranquios son peces cartilaginosos, es decir, sus esqueletos están formados por cartílago en lugar de hueso. Representan una gran diversidad de formas, tamaños, hábitats y métodos de reproducción. Estas especies están altamente adaptadas al entorno marino, con entre cinco y siete pares de hendiduras branquiales a ambos lados de la cabeza para respirar y pequeñas escamas semejantes a dientes que mejoran la hidrodinámica.
Los tiburones suelen presentar una forma corporal cilíndrica y poseen miles de dientes que se generan y se caen continuamente a lo largo de su vida. Los batoideos son, en gran medida, como tiburones aplanados, caracterizados por un cuerpo corto y dos aletas pectorales expandidas que parecen alas.
Existen 136 especies de elasmobranquios en las aguas de Europa (frente a las 1.125 que se encuentran por todo el mundo). De éstas especies, 56 son rayas, mantas y otros tiburones aplanados. Los elasmobranquios de Europa se agrupan en siete órdenes taxonómicos: Lamniformes (marrajos), Carcariniformes (jaquetones y tiburones típicos), Orectolobiformes (tiburones alfombra), Hexanquiformes (cañabotas y tiburón anguila), Escualiformes
(tiburones perro), Escuatiniformes (angelotes) y Rajiformes (rayas y tiburones aplanados).
Existen además dos órdenes de elasmobranquios que no se encuentran en las aguas europeas: los Heterodontiformes (tiburones cornudos) y los Pristioforiformes (tiburones sierra) que están
presentes, sobre todo, en los océanos Índico y Pacífico. Según las evaluaciones realizadas hasta la fecha por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), el inventario más fidedigno del mundo sobre estados de conservación, un tercio de las poblaciones de elasmobranquios europeas está amenazado de extinción. En Europa, los tiburones que se encuentran en mayor peligro son aquellos que constituyen la pesca objetivo para la producción industrial de alimentos.
Por ejemplo, el cailón (Lamna nasus) y la mielga (Squalus acanthias), muy preciados en Europa por sus aletas y su carne, se encuentran En Peligro Crítico en el océano Atlántico Nordeste, según la Lista Roja de la IUCN. Otras especies capturadas de forma accidental también están sufriendo graves reducciones. El Consejo Internacional para la Exploración del Mar (ICES, por sus siglas en inglés), la organización responsable de proporcionar información científica sobre los ecosistemas marinos a la Unión Europea, ha determinado que el angelote (Squatina squatina), en estado de Peligro Crítico, está ya localmente extinto en el Mar del Norte y que la raya blanca (Rostroraja alba), en estado de Peligro, probablemente esté extinguida en el Mar Céltico.
En el Mediterráneo, un mar con una larga historia pesquera, la IUCN revela que la proporción de especies amenazadas de tiburones y rayas asciende hasta el 42%, lo que lo convierte en el lugar más peligroso del planeta para estos animales. De hecho, varias especies de grandes tiburones del Mediterráneo, como el pez martillo (Sphyrna spp.) y el zorro común (Alopias vulpinus), se han visto reducidas en más del 97% con respecto a hace 200 años.
Los tiburones han evolucionado y surcado los océanos durante más de 400 millones de años, pero, en una era marcada por mayores esfuerzos de pesca, mejores tecnologías y una creciente demanda del mercado, su presencia en Europa se está viendo amenazada por la sobrepesca como especies objetivo o capturas accidentales. Dado que los tiburones son extremadamente lentos en su crecimiento y se reproducen poco, sus poblaciones son altamente vulnerables frente a la explotación pesquera y pueden tardar décadas en recuperarse. Ya que muchos tiburones son depredadores de la parte más alta de las cadenas tróficas oceánicas, las reducciones de sus poblaciones amenazan la estructura y función del entorno marino con consecuencias impredecibles para otras especies.
Oceana está trabajando para lograr una mejora en la gestión de la pesca y medidas de conservación para salvaguardar el futuro de los tiburones en Europa. Esta guía ofrece una visión general de las especies de elasmobranquios que se pueden encontrar en aguas europeas, dividiéndolas en los siete órdenes taxonómicos presentes en Europa. Para cada especie se incluye su hábitat, rango europeo, estado de conservación, e instrumentos de gestión en vigor.
Para saber más.....
Extraido de la publicación "Guía de los Elasmobranquios de Europa" de OCEANA
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Los corales enferman de viruela
Una de las bellezas submarinas mas apreciadas por todos los que se zambullen en las aguas del Caribe son los corales. Es impresionante contemplarlos y nadar cerca de ellos, sus colores, sus formas, cómo los peces pequeños entran y salen de ellos, como se adhieren a las rocas y forman un ecosistema único y maravilloso. Después de bucear o hacer snorkel uno se queda en la playa, contemplando la superficie turquesa, sin creer todavía que bajo ella se esconde ese paraíso multicolor.
Ya os hemos hablado de los corales y de sus necesidades para sobrevivir, necesidades que en el último siglo se han visto afectadas debido a la acción del hombre. La paz absoluta de unos pocos indios y unas pocas balsas se vio primero interrumpida por los galeones y otros barcos de madera allá en la época colonial, pero ahora hay más hombres, mas desechos y mas tecnología que los ponen en peligro.
Desde hace unos cinco años se sabe que el brillo anaranjado que que tienen los corales luminosos del Caribe, los que viven en las aguas más templadas, no es en nada natural y que se debe a una bacteria que se instala en ellos y a cambio los ayuda a convertir en alimento el nitrógeno que está en el agua. La bacteria convierte en amoniaco el nitrógeno y beneficia así al coral que crece en colonias numerosas que, durante el día, resplandecen en el azul turquesa de las aguas.
Bueno, pero el caso es que sí hay bacterias buenas y útiles también hay bacterias malas y se cree que una de ellas, especialmente peligrosa para nuestros coloridos amigos, está en las heces humanas. Este organismo microscópico ataca los corales y les produce una enfermedad que se llama “viruela blanca”: puntitos blancos que destruyen el tejido. Cerca del 95% de los arrecifes que estaban en La Florida han desaparecido ya por ella y según los científicos una de las potenciales causas pueden ser las aguas cloacales que se lanzan al mar.
Puaj… parece que la situación es grave en los Cayos de la Florida porque aquí las heces no reciben ningún tratamiento especial que elimine bacterias y solo pasan por un campo séptico antes de ser arrojadas a las aguas. Si bien no se puede afirmar fehacientemente que nuestros desechos sean los causantes y faltan pruebas, lo cierto es que no debería extrañarnos ya que con nuestra pésima conducta mediambiental todo es posible, ¿no es cierto?
Foto 2: Enciclopedia España
Fuente: Universo marino
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Inmersiones: El Arco - La Azohía
El arco es una formación terrestre que se continua bajo el agua. Se fondea a una profundidad máxima de 10 metros, en un bajo rocoso de gigantescos bloques que dejan estrechos pasadizos entre sí. Aconsejamos iniciar la inmersión dirigiéndonos paralelos a la costa hacia el norte.
De este modo navegaremos por la cima de este bajo hasta encontrarnos de repente con que se termina de golpe en un acantilado que baja casi en vertical hasta unos 25 metros de profundidad. Es una zona muy rica en grandes peces pelágico, por lo que es conveniente levantar la cabeza y mirar hacia mar adentro para poder observar, por ejemplo, los apretados cardúmenes de espetones. Dependiendo de la profundidad a la que queramos bajar, podemos llegar a la base de este acantilado e ir rodeando el bajo hacia la derecha hasta encontrarnos en la zona de fondeo, o bien seguir bordeando su cima, también a la derecha. En el primer caso iremos ascendiendo progresivamente de profundidad; en el segundo descenderemos ligeramente, pues este bajo tiene una pendiente con su parte más alta hacia el norte. Los acompañantes que no bucean pueden observar con unas gafas desde la superficie el accidentado relieve del bajo, así como nadar bajo el arco y rodear su columna que se mete en el agua para fusionarse metros más abajo con la masa rocosa e irregular del bajo.
Fuente: BuceoXXI
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Tres décadas de investigación bajo el mar
Importantes hallazgos de fauna pleistocénica (primera de las dos épocas en que se divide el periodo cuaternario), de restos humanos y de hogueras que fueron encendidas hace más de 10 mil años son algunos de los descubrimientos que se han encontrado bajo las aguas mexicanas desde la creación de La Subdirección de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia que este año cumple 30 años de fundación.
"La trayectoria científica de México, junto con su postura siempre clara de ver los vestigios sumergidos como legado cultural y no como tesoros negociables, ha propiciado que sea punta de lanza para Latinoamérica y que se haya ganado el respeto de la comunidad internacional", detalló la investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Pilar Luna.
Luna, además hace hincapié en que México posee una riqueza subacuática importante, desde los restos prehistóricos humanos y animales, pasando por los prehispánicos hallados en los cenotes sagrados, hasta restos de galeones que viajaban de continente a continente.
La investigadora agregó que tan sólo en la barrera arrecifal del banco chinchorro, en Quintana Roo, se han registrado 68 sitios en los que se han encontrado vestigios que datan desde el siglo XVI.
En México, los primeros descubrimientos subacuáticos (1904) se llevaron a cabo en el Cenote Sagrado de Chichen-Itzá (Yucatán) cuando el vicecónsul de Estados Unidos, Edward Thompson, compró la hacienda de Chichen-Itzá que incluía parte de las ruinas y el cenote.
Sabiendo de la existencia de los ritos que se celebraban en éste, se interesó por recuperar las preciadas piezas asociadas a los sacrificios humanos en esa Tierra de Dioses Mayas. Es así como llevó buzos con escafandra para explorar el cenote de donde se extrajeron una gran cantidad de artículos relativos a aquellos ritos.
A lo largo de estos años, la arqueología subacuática mexicana ha ido ganando un lugar de reconocimiento y respeto tanto a nivel nacional como internacional.
El trabajo realizado en este campo se ha difundido a través de conferencias, artículos, entrevistas, exposiciones y dos videos que han sido proyectados en diferentes países de Sudamérica, Norteamérica y Europa.
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Buceando con una Beluga en el Ártico
Estas fascinantes fotografías muestran un encuentro entre submarinistas y una ballena Beluga (Delphinapterus leucas) bajo las frías aguas del océano Ártico.
Las belugas (Delphinapterus leucas) son una especie de cetáceos odontocetos de la familia Monodontidae que habita en zonas árticas y subárticas. Su nombre se deriva del ruso beloye, que significa blanco.
Habita en aguas articas y subárticas que van desde 50 °N a 80 °N, especialmente a lo largo de las costas de Alaska, Canadá, Groenlandia y Rusia.
Pasan gran parte del tiempo en la superficie o en aguas poco profundas. Son animales muy sociables que utilizan el sonido para estar en contacto con sus congéneres, produciendo ruidos variados, como chirridos, trinos y chasquidos.
Estas fotografías fueron obtenidas por Franco Banfi en un “santuario para ballenas” que fue diseñado y construido por los biólogos marinos de la Universidad de San Petersburgo en aguas del océano Ártico. Este lugar es utilizado por los científicos rusos para recuperar animales enfermos. Ocasionalmente investigadores y biólogos son invitados a este sitio para poder nadar con estos gigantes amistosos, acercándose lo suficiente como para tocarlos. Una experiencia maravillosa.
En el Oceanográfico de Valencia nació la primera beluga en cautividad, pero murió 25 días después.
Fuentes:
MailOnline
Wikipedia
lasprovincias.es
Vía: lareserva.com
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Holoplacton y Meroplacton
La mayoría de las especies de animales que viven en el océano son planctónicas, ya sea en alguna etapa de su ciclo de vida o durante toda su vida. Podemos dividirlos en dos categorías principales. Aquellos que viven en el plancton, en todos los estados de su ciclo biológico, los cuales se conocen como holoplancton. Uno de los componentes más abundantes son los copépodos.
Los que pasan sólo algunas etapas de su vida en el plancton, reciben el nombre de meroplancton. Aquí podemos encontrar una variedad enorme de organismos, generalmente en etapa de huevos y larvas, o sea sus fases juveniles.
Dentro de este grupo se encuentran larvas de coral, equinodermos, muchos de los crustáceos decápodos (camarones, jueyes y langostas) gusanos poliquetos, al igual la mayoría de huevos y larvas de los peces.
Estos, luego sufren una metamorfosis y se convierten en parte del bentos.
Fuente: CREMC
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Hábitat del atún rojo
El atún rojo vive principalmente en el ecosistema pelágico del Atlántico Norte y sus mares adyacentes, sobre todo en el mar Mediterráneo.
Geográficamente, está ampliamente distribuido por todo el océano Atlántico Norte, desde Ecuador hasta Noruega y desde el mar Negro hasta México.
A diferencia de otras especies de atún, ésta es la única que vive permanentemente en las templadas aguas del Atlántico. De esta afirmación se entiende que el atún rojo ocupa preferentemente las aguas superficiales y subsuperficiales de las zonas costeras y de mar abierto, pero el marcado de archivo y la telemetría ultrasónica muestran que el atún rojo con frecuencia llega a profundidades de 500 m a 1.000 m.
Como otras especies de atunes y tiburones, el atún rojo atlántico es un depredador pelágico que debe nadar continuamente para ventilarse y generar suficiente calor para mantener los órganos vitales (p. ej. músculos, ojos, cerebro) y elevar la temperatura corporal por encima de la temperatura del agua. La compleja estructura de su sistema circulatorio le permite minimizar la pérdida de calor y mantener la temperatura corporal interna por encima de la del agua del mar. Gracias a su capacidad endotérmica, puede soportar temperaturas frías (3°C) y cálidas (hasta
30°C). El atún rojo tiene particularmente bien desarrollado este sistema circulatorio10, lo que lo convierte en un pez de sangre caliente y en un rápido nadador (72,5 km/hora), con una enorme capacidad de migración.
Extraido de la publicación "Estudio sobre larvas de atún rojo" de OCEANA/MarViva
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Micro Fauna Marina, de David Liittschwager
Medusa Porpita Porpita (unos 2 cm de diámtro) de David Liittschwager, National Geographic.
Fotografías de la espectacular microfauna de los océanos, tomadas por el fotógrafo David Liittschwager. Se pueden ver más fotografías en David Liittschwager - Marine Micro Fauna (8 pics)y en el sitio World Press Award. § Holy Kaw!
Fuente: Microsiervos Seguir leyendo...
El síndrome del escafandrista
© Mission Archéologique Française (Libia)
“Me ocurrió encontrar un solidus de oro rarísimo, pero la emoción que me embargó en ese momento no debía nada al valor monetario del objeto”, escribió Jean-Marie Blas de Roblès .
En las antípodas de la caza del tesoro, un cazador de sueños nos relata la emoción que lo invade cuando “trae fragmentos de belleza desnuda de las profundidades del olvido”. De 1986 a 2001, el escritor francés Jean-Marie Blas de Roblès participó en excavaciones submarinas en la costa libia, explorando esa “parte invisible de nosotros mismos” que debemos proteger con gran cuidado y respeto.
Todo comenzó en 1985. Apenas regresó de su primera participación en las excavaciones terrestres de la Misión Arqueológica Francesa en Libia, Claude Sintes, [Director del Museo de Antigüedades de Arles] se apresuró –uno de los privilegios conferidos por la amistad-, en compartir conmigo su experiencia: volvía de Apolonia, había visto Cirene, Sabratha, Leptis Magna, vestigios griegos y romanos que sobrepasaban en magnitud todo cuanto conocíamos o hubiéramos podido imaginar. Insistía en que yo no tenía siquiera idea de ese paraíso; ciudades enteras sepultadas bajo la arena, a orillas del mar, en paisajes espléndidos.
Pero había todavía mucho más; nadie o casi nadie había pensado en explorar los fondos marinos de esa costa y todo permanecía tal como había quedado desde el siglo VII a. de C. ¿Podía imaginar siquiera los fabulosos hallazgos que tal cosa podía representar? Por supuesto restos de barcos antiguos –la costa de las Syrtes es, desde siempre, una de las más inhóspitas del mundo- pero también arquitecturas sumergidas, estatuaria, materiales sumamente diversos…Pues bien, ¡había obtenido la autorización necesaria como para organizar una campaña arqueológica submarina el verano entrante!
Sintes se ocuparía del aspecto técnico de la expedición; quedaba por resolver el problema de contratar el personal. Al no permitir el régimen libio el pequeño comercio la cuestión del avituallamiento no sería nada fácil. En cuanto a las condiciones propias de la excavación y el alojamiento el tema se presentaba incluso peor; el término “espartano” era un delicado eufemismo para caracterizar la situación. Por lo tanto además de técnicos de la mayor confianza, se necesitaba gente de terreno que no vacilara en ningún momento en arriesgarse al máximo. Por mi parte, tenía conocimientos suficientes de arqueología y una experiencia marina real. También tenía costumbre de vivir en un medio aislado. Si a todo esto, además de excavar, no me disgustaba cocinar, ¡sería el primer contratado!…
Así empezó la aventura. Acepté lleno de alegría. Por acompañarlo a Libia hasta hubiera hecho la limpieza, sin imaginar que mi participación empezaría, como para el resto de los miembros del equipo, por ese tipo de tareas.
En agosto de 1986, tras tres días de viaje, estábamos listos para emprender el trabajo. La primer jornada la dedicamos a hacer habitable nuestro hogar, una casa en ruinas de la época de la colonización italiana infestada de escorpiones y grandes cucarachas marrones. Al día siguiente, un primer reconocimiento del sitio con gafas y tubo confirmó las observaciones del arqueólogo estadounidense Nicholas Flemming, quien, tras primeras tareas de registro había señalado en 1957 que las estructuras sumergidas del puerto de Apolonia eran bien visibles y justificaban sin lugar a dudas las excavaciones que íbamos a comenzar.
Desde un punto de vista más egoísta descubrí de inmediato un universo que creía reservado a la literatura. De golpe me vi transportado a un mundo donde Julio Verne competía con H. G. Wells ; Veinte mil leguas de viaje submarino y La máquina del tiempo confundidos en un mismo goce: ¡la sensación aguda, la certeza de contemplar una Atlántida abandonada!
Me enamoré de Grecia por mi afición a los presocráticos y de la Antigüedad por ese bautismo en las tibias aguas de Apolonia. Diestro en la pesca con arpón desde mi primera juventud, los fondos submarinos –praderas de laminarias, cavernas rocosas erizadas de gorgonas, frías ondulaciones de arena- eran mero pretexto para el acecho y el acercamiento a presas que mi imaginación ya había pescado. Estos paisajes casi banalizados por la costumbre, adquirieron en esta oportunidad dimensiones fantasmagóricas: aquí una alineación de bloques ciclópeos ensamblados a cola de golondrina, allí una torre cuadrada, más lejos rampas para trirremes esculpidas en la roca y en dos metros de agua un vivero descrito por Vitruvio [arquitecto romano del siglo I a. de C.], acondicionado para pulpos y morenas…
Alrededor, entre cada piedra, cada estructura más o menos discernible bajo su manto de algas, existían visibles, alcanzables con un simple movimiento de brazo, decenas, centenas de objetos que habrían merecido hallarse en los museos o por lo menos en las cajas de archivo de los arqueólogos, cuerpos o bases de ánforas de épocas diferentes, asas selladas en Rodas del siglo VI a. de C., cuencos romanos, jarrones decorados más o menos íntegros…
Un mundo yacía allí, petrificado como luego de un cataclismo, ofrecido a la mirada de quienes se atrevieran a interesarse en él. De Apolonia, el puerto griego de la antigua Cirene cantado por Píndaro o Calímaco no quedaba sino una franja de tierra roja sembrada de columnas bizantinas, un teatro instalado en el flanco de una colina y varias construcciones posteriores. Sin embargo, a pocos metros de la costa, una Pompeya sumergida esperaba sus visitantes. Una increíble bendición para el científico, un verdadero regalo de los dioses para el soñador que todavía soy.
Aventura y desventuras
La arqueología submarina, lo sabemos, no difiere en nada de la arqueología terrestre; ambas emplean técnicas similares, aun cuando las excavaciones subacuáticas son algo más complicadas de realizar y necesitan un material y competencias específicas. En nuestro caso, las condiciones de trabajo fueron particularmente complejas. A falta de barco, debimos transportar las botellas y los equipos a pie, hasta la playa. Para aprovechar nuestra presencia decidimos realizar dos inmersiones diarias. Tres horas por la mañana seguidas de la recarga de las botellas de oxígeno en la orilla y luego tres horas bajo el agua en la tarde. Después, había que llevar de nuevo el equipo a la reserva, proceder a su limpieza y mantenimiento, inventariar nuestros hallazgos…y recién entonces, empezar a cocinar.
Contando el equipo de tierra, tenía todas las noches a una docena de personas que alimentar. La misión contaba con una despensa bien provista en queso fundido, jugo de naranja en polvo, especias y galletas… Como era imposible procurarse ningún alimento en las tiendas del Estado, comprábamos a nuestros amigos libios azúcar, fideos y arroz, productos que yo necesitaba para cocinar los platos rápidos que aprendí de mi madre. Pese a que el pescado solía mejorar nuestro menú –especialmente meros que pescábamos en apnea los viernes- todavía me pregunto cómo pudimos escapar a un motín. Por si fuera poco, sólo podíamos utilizar agua de cisterna y era necesaria buena dosis de inconsciencia para quitar las larvas de mosquito de los vasos antes de beber.
Después de la cena, diario de las excavaciones, té a la menta en la terraza, estando atento a los escorpiones que muy subían hacia la luz.
En quince años de misiones la lista de nuestras desventuras bastaría para desalentar a todo pretendiente a arqueólogo: serpientes entre las sábanas, escorpiones en el calzado, pesca con granada no lejos del sitio donde estábamos buceando, disparos de advertencia con ametralladora pesada a nuestra Zodiac si por caso aproximábamos a una zona prohibida, desaliento por las condiciones marinas, etc. Y, por sorprendente que pueda parecer, ninguna de estas condiciones logró menguar mínimamente la dicha de participar en esta empresa.
Dionisos, el nacido dos veces
Desde la campaña de 1986, nuestros resultados fueron tan alentadores que el equipo submarino obtuvo el privilegio de estudiar el puerto de Leptis Magna. Al año siguiente, una prospección conduciría al reconocimiento de un muelle sumergido que modificó sensiblemente la importancia de esta ciudad de la época severiana [fin del siglo II y comienzos del siglo III]. El estudio cuidadoso del puerto de Apolonia permitió no sólo entender su evolución desde sus orígenes griegos hasta su abandono en el siglo VII, sino también determinar el coeficiente de hundimiento de las tierras responsables de su parcial inmersión. Tales trabajos condujeron al descubrimiento de un pecio helenístico y de incontables cerámicas, monedas y esculturas.
Entre las motivaciones iniciales de mi compromiso –el espíritu de aventura, la amistad, los textos de Albert Camus [francés, premio Nobel de literatura, 1957] sobre Tipaza o Djemila [dos sitios argelinos del Patrimonio Mundial de la UNESCO]– jamás existió la de “caza del tesoro”. Me ocurrió encontrar un solidus de oro rarísimo, pero la emoción que me cortó la respiración en ese momento no debía nada al valor monetario del objeto. Provenía en cambio de los destellos de ese pequeño sol girando en el azul como un espejo, al indecible gozo de haber traído de las profundidades del olvido un fragmento de belleza desnuda. Un proceso muy cercano, finalmente del que se da en la escritura y del que Le Syndrome du scaphandrier, (El síndrome del escafandrista), del novelista francés Serge Brussolo, brinda a mis ojos una de las metáforas más justas; un cazador de sueños se sumerge día tras día en las tinieblas nocturnas; de ese universo paralelo, suben toda suerte de ectoplasmas, de extrañas ficciones que se incrustan en lo real y llegan a existir.
Quince años más tarde, otro descubrimiento ilustra todavía mejor las razones de mi perseverancia. Durante las excavaciones submarinas de los viveros romanos de Apolonia, tuvimos la suerte con Claude Sintes de exhumar una estatua de Dionisos. Una vez subida a tierra, su estudio reveló que completaba una estatuilla hallada en 1957, aquella que Nicholas Flemming sostenía como si fuera un recién nacido salvado de las aguas, en una foto que lo mostraba al volver de una de sus inmersiones. A casi cincuenta años de intervalo, acabábamos de reconstituir un “Dionisos ebrio” que había atravesado el tiempo poniendo al descubierto no sin cierta ironía su apodo del dios “nacido dos veces”.
Más que ninguna otra disciplina, la arqueología renueva vínculos, y reconcilia a seres que el paso de los siglos ha separado. El patrimonio subacuático es más directamente accesible, con frecuencia mejor preservado y más homogéneo que su correspondiente terrestre. Además está inexplorado. Si se piensa en los mil quinientos kilómetros todavía misteriosos de la costa libia es muy fácil convencerse de que esa parte invisible de nosotros mismos debe protegerse con tanto cuidado y respeto como la parte emergida.
Jean-Marie Blas de Roblès, escritor, filósofo, arqueólogo francés, nacido en 1954 en Sidi-Bel-Abbès, Argelia, es autor entre otros libros de Libye grecque, romaine et byzantine (Edisud, 2005). Galardonado con el premio Médicis 2008 por su última novela Là où les tigres sont chez eux (Zulma, 2008).
Fuente: UNESCO
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