Osos polares famélicos y sin hielo, elefantes que tratan de huir de la desertización, ballenas desnortadas... El naturalista Joaquín Araújo adelanta para Magazine las tramas de «Tierra», un bello y esclarecedor documental que alerta de las amenazas que se ciernen sobre nuestro planeta.
Por Joaquín Araújo
Hielo roto
Un gran macho de oso polar avanza penosamente sobre una muy delgada capa de hielo: no puede todavía nadar, pero como a cada paso lo que pisa se rompe, tampoco camina. Se tambalea, se arrastra, chapotea, zozobra... No consigue llegar a un destino. Todo ello cuando no conocemos ser vivo terrestre más hábil en la caza o que pueda mantenerse a nado durante más tiempo en el agua. Le aguarda, pues, una penosa agonía por hambre o ahogamiento, algo que ha sucedido últimamente, y por primera vez, con otros congéneres.
¿Qué está pasando? El carnívoro más grande del planeta, uno de los mejores cazadores que la evolución ha conseguido, está siendo derrotado por el calor que está desmantelando el Polo Norte. Es más, el oso polar puede ser considerado como el nadador de fondo mejor capacitado sin ser un organismo plenamente acuático. Se han registrado, a través de ejemplares que portaban un emisor de radio, singladuras de casi 300 kilómetros sin dejar de nadar un solo instante. Este prodigio de adaptaciones a los máximos rigores del Ártico está atrapado en ese cepo que es la falta de suficiente hielo. Se hunde. Y con él muchos de los procesos esenciales para el mantenimiento de los ciclos básicos para la vida de los océanos y, por tanto, de todo el planeta.
En cualquier caso, aquellas soledades heladas aún acogen los empeños de osas blancas y sus oseznos. Toda la imaginable ternura maternal se asocia a la más arriesgada infancia para un mamífero en este planeta. De la misma forma que podemos asomarnos al fracaso, queda izada la esperanza a través del éxito que supone la llegada a la independencia familiar de los cachorros de oso polar.
A la actual fragilidad del hielo sigue enfrentándose la vieja vida con toda su pasión. Ésa, tan legítima, de querer seguir siendo. Como el entorno no puede ser más solemne, inmaculado, íntegro –entre otros motivos, por intocado–, cabe que aceptemos que la belleza también es un exiliado que ha buscado refugio en los dos extremos del planeta. El fondo helado, sin duda, demuestra que el silencio, la casi completa soledad y el frío son capaces de completar el mejor catálogo de paisajes de imborrable memoria que el planeta alberga.
Océanos de incertidumbre
Queda aún bastante para que seamos consecuentes con lo que sabemos. Sobre todo en relación con nuestra casa, que es líquida. Tanto por dentro como por fuera. Los acaso 30 millones de especies que pueblan la Tierra son poco más que los diferentes rostros que adopta el agua. Aunque endeble y frágil, el agua todo lo yergue y sujeta en este mundo. Incluso a las más grandes criaturas vivientes que jamás hayan existido: las ballenas. Una de sus especies, la jorobada, nos recuerda que caben extraordinarias proezas solitarias, silenciosas y tan peligrosas que apenas se entiende que culminen con el único éxito que la vida acepta como tal: el de la continuidad de ella misma a través de las mil facetas diferentes que ha logrado crear. La migración de las ballenas, seres capaces de recorrer la literal totalidad de los océanos del mundo, se ha repetido incesantemente desde hace, al menos, tres millones de años. Una navegación ininterrumpida a bordo de descomunales cuerpos que, asombrosamente, se alimentan de uno de los recursos más pequeños pero más abundantes del planeta: ingentes masas de krill, una especie de gamba diminuta que todos los veranos australes explota, demográficamente hablando, en la periferia de la Antártida. Como estos cetáceos nacen en aguas cálidas ecuatoriales y tropicales, su supervivencia va de la mano de un viaje que puede suponer alrededor de 12.000 kilómetros cada temporada.
Los océanos, que son la fuente de todo lo que vive en este planeta, están dando demasiados síntomas de cansancio. Baja su productividad biológica; el calentamiento afecta ya a las corrientes; los climas del agua han comenzado también a equivocarse; disminuye la regularidad en los ciclos... La incertidumbre se está apoderando de las aguas. Pero a estos desajustes se enfrenta la vieja destreza de esos inmejorables sextantes, barómetros y termómetros que el cerebro de las ballenas alberga. No menos segura y contundente resulta la gélida y, sin embargo, imanadora Antártida, el único continente casi sin estrenar por el ser humano...
Insaciable desierto
De cuanto puebla nuestro mundo, nada con tanto apetito como el desierto. Ha engullido, tan sólo en los últimos 60 años, el equivalente a 16 veces España. Partía de unos dominios casi insuperables para ninguna otra de las formas de organización de la vida en la Tierra. De hecho, ya era dueño de una cuarta parte de la misma. Ahora casi un tercio de lo que podemos pisar en nuestro mundo es erial. De ahí que poco pueda estremecernos más que la mayor y más honda pisada hollando el polvo del desierto, la de los elefantes.
La piel de los enormes mamíferos africanos ya parece el resultado de una sequía sin piedad. Al sur de África, el desierto de Kalahari es el sorprendente hogar para animales que deben ingerir hasta 300 kilos diarios de materia vegetal. Que llegan a beber, cuando pueden, hasta 200 litros de agua de una sola vez. La capacidad para sortear dificultades está también en los elefantes. Unos pocos, a los que podríamos considerar los más arriesgados del planeta, han conseguido colonizar la aridez.
Los rebaños –casi siempre grupos familiares guiados por una vieja matriarca que acumula en su memoria el mapa y la brújula– son llevados al mayor oasis del planeta: el delta del Okavango, en Botsuana. Un estremecedor reto que culminan, no sin bajas, los animales terrestres más grandes que nos quedan. Esos que, finalmente, con su habilidad en la natación y el buceo, demuestran que los caminos de la vida pueden recorrerse en dos direcciones; ellos eran acuáticos y se hicieron tan terrestres como para enfrentarse a los desiertos, igual que las ballenas eran terrestres y ahora pueden vivir hasta 200 años sin dejar de nadar.
La película
Todo lo anterior, osos polares atrapados por el deshielo, ballenas jorobadas, elefantes del desierto buceando... puede contemplarse en 100 minutos de hermosa película en alta definición. Se titula Tierra y se estrena en menos de dos semanas.
Por todo lo que puede verse en ella podríamos afirmar que ya está lograda la pequeñez de nuestro planeta; que resultan copiosas las heridas por las que sangra; que su desnudez, es decir, esos bosques hoy harapos, estremece; que su creciente calor nos agobia... Pocas dudas caben sobre la aumentada soledad de sus criaturas. Pero, de golpe, la Tierra triunfa. Recupera su hermosa plenitud, su compleja multiplicidad, su vocación de albergar y propagar vida. Como si se hubiera rebelado. La maravilla del esplendor natural se convierte en desobediencia y, de inmediato, en esperanza.
No estamos dormidos, esto no es un sueño. Dirigida por el naturalista Alastair Fothergill, coproducida y distribuida por los hermanos José María y Miguel Morales y su Wanda Visión, Tierra fascina desde el primer fotograma. La aparente fantasía está basada en la más estricta realidad, en un planteamiento clásico de documental de naturaleza, que se transmuta en sorprendente chaparrón de emociones. Tantas que nos parece estar más cerca de un sueño que en una sala de cine. Todo ha sido posible gracias a cinco años de trabajo, a casi 20 millones de euros de presupuesto, miles de horas de espera en los lugares más duros del planeta y el uso de las tecnologías más recientes. Queda aquí patente la tenacidad del planeta para seguir siendo bello y vivaz.
Por si todo ello fuera poco, esta película cumple la función de conciencia y de memoria. Nos demuestra que nuestro mundo es débil. Que está siendo vapuleado y hasta desmantelado. Pero no lo hace con apocalipsis visuales o estadísticas. El tempo y el estilo de los guionistas es sereno, prácticamente solemne. Una propuesta que en nada conmina, pero que nos propone reconciliarnos con el primer principio de todas las filosofías morales dignas de tal nombre. La del derecho de toda la vida a su continuidad. La de nuestra obligación de ayudar a conseguirlo.
Joaquín Araújo es naturalista. Ha dirgido 198 documentales y escrito el guión de 340
«Tierra» se estrena el 26 de octubre.
www.loveearth.es y www.joaquinaraujo.com.
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