En las cristalinas aguas del mar Caribe transcurre la vida de millones de seres cuyo entorno -casi ingrávido- es sorprendido ocasionalmente por la presencia de humanos-anfibios, que ataviados con trajes especiales, acuden temporalmente a este mundo fascinante, repleto de especies en movimiento, matices multicromáticos y variadas formas. El parque nacional Mochima es inigualable ejemplo.
ZONA NORTE / ANZOÁTEGUI.- Los 400 caballos de fuerza de los dos motores fuera de borda, impulsaron la lancha de 32 pies de la operadora Horisub, para llevar a Marlon Calderón desde la marina Américo Vespucio -en Puerto La Cruz- hasta las costas de la isla La Borracha, en el Parque Nacional Mochima, en tan sólo 25 minutos de navegación.
Durante ese lapso, lejos de disfrutar del paisaje y la imponencia de los buques cargueros que fondean en la zona, Marlon repasaba en su mente todos los conocimientos teóricos que días antes había adquirido, con la finalidad de llevar a feliz término su primera práctica de buceo subacuático denominada “Discover Scuba Dibving”.
Dando un rápido vistazo a la cubierta de la embarcación se percató de que todo estaba en su sitio: aletas, careta, traje de neopreno, cilindro de aire comprimido, chaleco de flotabilidad, mangueras, reguladores, cinturón de lastre, y lo más importante, la presencia y experiencia de Alfredo Ramírez, su instructor, guía y acompañante durante esta aventura.
La voz de Ramírez le recordó, una vez más, la importancia de mantenerse respirando el aire comprimido a 3.500 libras de presión en ese cilindro de 80 pies cúbicos sujetado en su espalda, gracias a una gruesa correa de velcro del chaleco compensador que le habían proporcionado en tierra.
¡1, 2, y 3...Al agua!
Con sus 83 kilos de humanidad, comprimidos dentro del ajustado traje isotérmico (que lo protegió de las frías aguas mochimeras) se aseguró de que las mangueras y el regulador, que le permitieron respirar bajo el agua, funcionaran a la perfección. Se colocó sus chapaletas, una correa con pesas para compensar la flotabilidad de su cuerpo y, tras contar hasta tres, saltó al agua con el visor sujeto en su cuello.Con un rápido movimiento de su pulgar sobre un botón colocado al final de una de las tres mangueras que salían del tanque de aire, infló el chaleco que le garantizó mantenerse a flote a pesar de la ación física que ejercían los aproximadamente 25 kilos de lastre, que en ese momento estaban atados a su cuerpo.
De inmediato aumentó la velocidad de los latidos de su corazón. En ese instante, por fin se tomó un momento para observar el área donde bucearía, conocida como “El Beato”, una suerte de islote de piedra rodeado por aguas tranquilas, ubicado entre La Borracha y dos formaciones rocosas que emergen del agua denominadas “La Cachúa” y “La Ballena”.
“Esto será toda una montaña rusa de actividades”, le dijo poco antes Ramírez, mientras montaba el equipo fotográfico que los acompañaría en esta inmersión.
“En esta zona se puede descender entre tres y 22 metros, y la visibilidad es bastante buena. Hay corales, muchísimos peces, pasaremos por un túnel debajo de ‘El Beato’ y saldremos en unos 30 minutos cerca de la formación de ‘La Ballena’”, dijo apuntando hacia el islote pétreo cuya forma era parecida a la del gigantesco cetáceo.
Mientras su guía hablaba, Calderón escupió los lentes visores -durante las clases teóricas aprendió que la saliva era el mejor antiempañante- los enjuagó y se los puso. Tomó el regulador y lo colocó en su boca. Procedió a hundir por primera vez la cabeza dentro del agua salada, y vio cómo las burbujas comenzaron a salir por la boquilla.
Debajo de él (a tres metros de profundidad) pudo claramente ver el lento bamboleo de las algas y el sereno paseo de sardinas e Isabelitas. Estas últimas hurgaban la arena en busca de alimento, un espectáculo multicolor que superaba con creces cualquier especial de los canales de TV Discovery Channel o National Geographic.
Relajante descenso
Luego de varios minutos, en los que Calderón dominó el reflejo natural de todos los mamíferos terrestres, de contener la respiración ante una inmersión subacuática, su instructor se acercó y le brindó las últimas instrucciones.
“No hay por qué ponerse nervioso. Olvida tu claustrofobia ocasional y prepárate para conocer lo más cercano que hay a la ingravidez, a disfrutar de otro planeta que está dentro del planeta”, señaló Ramírez mientras se colocaba el regulador en la boca.
Liberando el aire de su chaleco compensador, Marlon sintió cómo el lastre del cinturón lo llevaba poco a poco a un punto de flotabilidad negativa -término que hace referencia al momento en que el buzo desciende en el agua- mientras pateaba para colocar el cuerpo en posición horizontal.
La transparencia del aire en la superficie fue cambiada por un verde azulado, en el que resaltaban las figuras plateadas de un banco de peces que “revoloteban” en una sola dirección, guiados por un instinto colectivo que los hacía ver como un solo ser.
Pólipos coralinos, gusanos de mar, Isabelitas, anémonas, esponjas, cangrejos, File Fish, Pámpanos, peces Loro-guacamayo, lenguados y Sargentos mayores, entre otras multicromáticas variedades de animales, nadaban junto a los dos, al tiempo que otros se escondían ante la presencia de los buzos.
La torpeza y el susto iniciales sentidos por Calderón dieron paso al éxtasis sensorial, en el que la vista exigía aún más, el tacto exploraba curioso por doquier y el oído se deleitaba con el constante burbujeo exhalado del regulador de aire. El gusto y olfato, disminuidos bajo el agua, no revestían mayor importancia.
Durante el descenso, a unos ocho metros, un chillido ensordecedor en el oído rompió la tranquilidad del ambiente. El cambio de presión por la profundidad comenzó a afectar sus tímpanos.
Justo en ese instante recordó que la solución estaba en sus manos: apretó su nariz y contuvo el aire unos segundos, hasta que sintió una suerte de descompresión en las trompas de Eustaquio, que lo liberó de la molestia, e hizo con sus dedos una señal de “OK” a su guía.
Disfrute total
Pasados los primeros 15 minutos desde el inicio de su descenso, el miedo dio paso a la curiosidad. Llevado por la experiencia de su monitor, palpó los corales duros y suaves, perturbó a las coloridas Gorgonias con sus dedos, tocó los tentáculos de una de las 25 especies de anémonas que pueden encontrarse en “El Beato” y cargó en sus manos a un pequeño cangrejo araña.
Este periplo subacuático se prolongó durante unos 40 minutos, en los que descendieron y ascendieron según el plan trazado desde la lancha. La cámara digital tomó un registro visual que atestiguaría ese momento indeleble en los píxeles de la fotografía y en la memoria de Calderón.
Mientras todo esto pasaba, el manómetro (dispositivo que mide la presión de gases o líquidos contenidos en recipientes cerrados) que colgaba en su tanque, le avisó que le quedaban tan sólo 500 libras de presión de aire, por lo que ascendió lentamente mientras llenaba de aire el chaleco de flotabilidad.
“Cualquier comentario al respecto se queda corto”, espetó Calderón, a la vez que retiraba el regulador de oxígeno de su boca.
Observó de cerca a un grupo de pelícanos, que descansaban sobre la “cola” de “La Ballena”, sitio donde él y Ramírez habían emergido una vez culminado su relajante recorrido bajo las aguas del Parque Nacional Mochima.
Durante el regreso a tierra, donde devolverían los equipos utilizados para la inmersión, Marlon sintió necesidad de saber un poco más sobre los cursos de certificación de buzos, a fin de entrar en contacto con el mundo marino cada vez que fuese posible.
“La certificación de buzo profesional puede costar entre 900 mil y un millón de bolívares. Acá, en la zona, por lo general se inician con tres días de clases y la operadora a la que vayas, te suministrará todo el material teórico e instrumental para que realices las inmersiones de prueba. El certificado llega 15 días después de haber aprobado el curso”.
Actividad regulada
Desde el crecimiento del número de fanáticos del buceo, se han creado agencias reguladoras de esta actividad en todo el mundo, encargadas de agrupar las organizaciones de cada país, como son: la Confederación Mundial de Actividades Subacuática (Cmas), la Scuba School International (SSI) y la Profesional Asociation of Diving Instructors (Padi).
Estos entes fueron reunidos en la Federación Venezolana de Actividades Subacuáticas (Fvas), que controlaba su práctica, hasta que se creó el Instituto Nacional de los Espacios Acuáticos (Inea) y vigilados en la zona por las autoridades de Inparques.
Certificación
Una vez que se recibe la certificación como buzo básico, la persona está licenciada para solicitar en alquiler el equipo necesario para la realización de esta actividad en las distintas operadoras de buceo que operan en todo el mundo.
El costo de una inmersión en el Parque Nacional Mochima está entre 190 y 200 mil bolívares (incluye equipos, traslado marino y refrigerios). Paquetes “All day” salen diariamente de los muelles locales. Adicionalmente ofrecen salidas de buceo submarino, para quienes tienen ya cierta experiencia y desean variar la aventura subacuática.
Precaución
Los gerentes de las operadoras y buzos consultados para la realización de este trabajo periodístico, coincidieron en que la práctica de esta actividad amerita una preparación y certificación previa a cualquier inmersión. Asimismo dijeron que cualquier descenso en el mar debe hacerse acompañado.
Belleza oriental
El Parque Nacional Mochima cuenta con bellezas naturales como el golfo de Santa Fe, el archipiélago de La Borracha, la península de Manare y la bahía de Mochima. Islas, muchas de ellas solitarias, como Caracas y Chimana, y una singular combinación de montañas que besan el mar.
Sitios de atractivo
El Beato: Paraíso para observar peces. Está al noreste de La Borracha.
La Catedral: Es un sistema submarino de cuevas que se abren en una gigantesca cámara sobre el agua. Está en al cara noroeste de La Borracha.
Las Burbujas: Situado en una zona geotérmicamente activa, donde millones de pequeñas burbujas suben a la superficie desde el fondo. En Sucre, cerca de la isla Los Venaos.
El Vapor Caracas: es un naufragio antiguo. Está al noreste de La Chimana II.
Mabobo: Es un arrecife de Cresta Pináculo que sube hasta dos metros sobre la superficie. Entre El Borracho y Los Borrachitos.
La Manta: Una gran pared cerca de la cual reposa un velero a 35 metros de profundidad. Cara noreste de La Borracha.
Fuente: ELTIEMPO.com.ve
Un mundo apacible donde reina el Azul
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario